Aunque lo intento, me resulta difícil ir al cine a ver una película sin ya saberlo todo de ella, por trailers, anuncios en la tele, y comentarios de amigos. Y no hablo de conocer la trama, sino de conocer la existencia de la película en sí, conocer la expectación que hay sobre ella, u opiniones varias. Pocas veces he visto una película sin saber nada de ella salvo que quería verla (por admiración hacia el director, el guionista, o el tema). Lo mismo pasa con los libros, sobre todo si lo que uno lee más son obras de hace 50 años para atrás; suelen estar más que valoradas por todos.
Pero a veces lo he logrado, y conocer algo de primera mano, sin sesgo ni prejuicio de ningún tipo (ni bueno ni malo), es una experiencia increíble. La expectación que genera en la sociedad la aparición de una obra cualquiera o los prejuicios sobre alguna cualidad que esta posea condicionan tu opinión sobre la obra que has decidido (o no) ir a disfrutar, y llegar a la sala de cine y decir "¿Y esa película cuál es? vaya, es de mi guionista favorito, voy a verla" convierte esta experiencia de ser "público de una obra" en algo completamente diferente, genuino y real.
Es la única manera verdadera de conseguir una experiencia honesta y objetiva.
Por eso tengo suerte de haber disfrutado de primera mano, virgen y sin recomendaciones de terceros, de gran parte de lo que ahora llaman “nueva ficción televisiva”. Es una experiencia muy diferente descubrir algo en “tiempo real”, en el momento en que aparece en la pantalla de la tele y dices "¿Esto qué es? Pone capítulo 1 de Los So... Soprano. Voy a ver qué tal es", que disfrutarlo a los 10 años de su estreno tras avalanchas de información y opiniones ajenas (frente a las que inevitablemente uno se rebela, inconscientemente); es interesante ver cómo la obra nace, cómo se va formando y creciendo ante tus ojos perplejos, en mi caso, adormilados, televisivamente hablando, desde hacía tanto tiempo.
De esto hace ya muchos años.
Últimamente se me han juntado artículos leídos, conversaciones tenidas con amigos, y grandes placeres disfrutados mirando una simple pantalla de televisión, que me han llevado a trasladar el tema de las series televisivas a este blog, tema del que nunca he hablado aquí, y así seguir charlando e indagando un poco más en este curioso fenómeno contemporáneo, que en realidad no lo es tanto.
Para mí, una peculiaridad de las series de televisión contemporáneas, y que me atrapó desde el principio (a mediados de los años 90, y definitivamente a principios del siglo XXI), es su condición de folletín de calidad, dotando a las series de una historia amplia, un arco argumental extenso, pero dividido en capítulos, desarrollando así tramas y personajes como lo haría una novela. Los orígenes del folletín, un tipo de novela dramática por entregas, rápida de producir y con facilidad para engancharte, viene de lejos. Grandes obras como La Iliada o La Odisea de Homero se pueden llegar a considerar folletinescas, pero el concepto como tal no surgió hasta muchísimo después. Con más de trescientos años a sus espaldas, este género surgió en el Romanticismo francés, en su Revolución Burguesa, y es por antonomasia el género popular, del pueblo llano. Como he dicho, no se ha inventado nada nuevo.
A partir de un momento dado, el publico de los folletines empezó a alcanzar todas las condiciones sociales, y hubo autores trascendentales que se sintieron tentados a cultivar este genero, como Eugène Sue (Los misterios de París o El judío errante), Ponson du Terrail, Paul Féval, o sobre todo Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo), quienes representan el máximo esplendor del folletín, con muchas obras muy reimpresas y justamente celebradas, no siempre debidas a su pluma, sino a la de sus colaboradores (Dumas llegó a tener setenta y tres, para dar abasto). Otros autores más famosos recurrieron a este género, como Víctor Hugo (con Los miserables), Honoré Balzac (con Comedia humana) o Gustave Flaubert (Madame Bovary). Ahí es nada.
Pero esos inicios fueron sólo el principio.
En el Reino Unido, destacaron Robert Louis Stevenson, (Flecha negra fue publicada en 17 entregas), o Charles Dickens y William Wilkie Collins.
En Italia, tuvieron a Emilio Salgari (con su príncipe malayo Sandokán) o a Carlo Collodi (Le avventure di Pinocchio).
En Rusia fueron folletines Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, de Fedor Dostoievski, o Guerra y paz de León Tolstoy.
En España, Benito Pérez Galdós o Enrique Pérez Escrich, entre otros, recurrieron a esta forma de divulgar sus obras.
Ni que decir tiene la trascendencia y perdurabilidad que dichas obras han tenido a lo largo del tiempo, hasta llegar a nosotros en nuestra cultura actual.
Pero con los nuevos tiempos, llegaron nuevas formas y tecnologías, trasladándose el folletín al cine mudo en las primeras décadas del siglo XX (Los vampiros, de Louis Feuillade), o al serial radiofónico (como la soap opera Painted Dreams de los años 30) y cinematográfico (Fu-Manchú), y después televisivo (Guiding Light tuvo más de ¡15.000 episodios, en su andadura entre radio y TV!), precursores estos casi directos en forma y fondo de los seriales televisivos actuales.
Y los cómics, y más recientemente los videojuegos, no han sido una excepción en su camino hacia la serialización.
¿Hablábamos de “nueva ficción televisiva” al principio de este texto?
Sí, es cierto que en los 90 hubo cierto cambio, una pequeña revolución en la ficción televisiva gracias a la tímida inclusión de la serialización, pero en el fondo todo seguía igual: las series siempre se basaban en un esquema autoconclusivo de “mundo estable que se desequilibra, pero que al final vuelve a la estabilidad original”.
¿Entonces? Bien, la verdadera revolución televisiva empezó después, con un cadáver envuelto en plástico. El cambio empezó con Twin Peaks, de David Lynch.
Para mí marcó un antes y un después; una serie en constante evolución, cambio, y desintegración.
Aunque no fue ni remotamente comparable con la serie de Lynch, las aventuras paranoicas de X-Files ofrecieron una pequeña continuidad a esta sensación de “romper el círculo del equilibrio”.
No obstante, pasaban los años y todo parecía indicar que aquel brillo que se alzó sobre los demás en aquella década y que prometía ser la base de un cambio en la ficción televisiva y en sus espectadores, podría ser sólo un cisne negro.
Pero el cambio sí se había producido, y se gestaba en secreto, en las mentes de una nueva generación de guionistas y productores que querían transformar las cosas.
Sin duda, no fue hasta comienzos del siglo XXI, cuando pudimos asistir a la verdadera revolución en el serial “de calidad”, que aunaba diferentes virtudes tanto de las novelas serializadas, como de la literatura y el cine “serios”, creando así un producto que hermanaba las emociones más básicas con una inusitada profundidad humana en sus personajes y tramas.
Antes de este auge, las reglas publicitarias en televisión generaban espectadores perezosos, vendidos a un entretenimiento tan puro como vacío; los contenidos televisivos casi parecían tan solo un “relleno” entre bloque y bloque de publicidad, lo verdaderamente importante.
Pero entonces llegó HBO.
Con su eslogan "esto no es televisión", rompió los cánones. La programación del canal de pago no estaba condicionada y controlada por los anunciantes, por lo que ahora, crear productos de calidad atraería a una audiencia dispuesta a costearlos.
Y con el tiempo, a HBO le han seguido otras, como AMC o Showtime.
Son innumerables: dramas como The Sopranos, The Wire, Dead Wood, Mad Men, Breaking Bad, The West Wing, Six Feet Under, Carnivàle...
"No hay nada que te sirva de paño caliente respecto a una historia triste, una historia airada, una historia subversiva, una historia perturbadora".
David Simon, creador y productor de The Wire.
Con los años, otras cadenas más “generalistas”, como FOX, o ABC, aún dependientes en mayor o menor medida de la publicidad, no han querido quedarse atrás y se han subido al carro de la calidad, esforzándose por dotar a sus series de toda la que fuesen capaces de dar. Es un intento, por parte de sus autores, de implementar un pensamiento más crítico en el público televisivo, acostumbrado al entretenimiento sin finalidad que acaba abotargando la razón. Así, grandes series “más comerciales”o de género como Lost, House M.D. o Galactica, consiguieron superar las limitaciones lógicas de pertenecer a estas cadenas y lograron nacer como series de mayor calidad intelectual. Son ejemplos de que la narrativa audiovisual en televisión, apoyada en el formato folletín, ha cambiado radicalmente, y nos ha cambiado a nosotros como espectadores. Para mejor.
“Intentamos que el público sea capaz de pensar de una forma más crítica, y que vea que muchas de las preguntas que se plantean en sus series se han debatido durante décadas".
Henry Jacoby, autor de “La filosofía de House. Todos mienten.”
¿Son arte las series televisivas actuales, entonces?
El arte es un modo de expresión genuino del ser humano, y como tal, creo que las series de las que hablamos lo son, aunque los que las han disfrutado saben que unas son mejores y otras peores, como en cualquier arte. Aunque creo que esas diferencias de “calidad” en las teleseries son intrínsecas a su condición de arte-producto del que no pueden escapar por muy buenos que sean sus autores, por eso creo que es justo juzgar las series televisivas teniendo en cuenta este punto.
“Es muy complicado, porque el arte es lo que los hombres dicen que es y, sobre todo, las instituciones legitimadas para decirlo. (Las series) son un producto comercial, pero de calidad máxima intelectual, política y estética. Apuestan por una nueva forma de narrar, no tan simplista y sensacionalista. Una expresión muy crítica sobre la sociedad que las engendra".
Iván de los Ríos, profesor de filosofía contemporánea en la Universidad Autónoma de Madrid.
Aunque muchos siguen sin enterarse, las series televisivas ya no son lo que eran. Ya no vale con el visionado de un capítulo cualquiera de estas series, porque ahora te ponen a prueba. Si no eres un espectador que ve televisión con la cabeza y con intereses intelectuales, estás fuera. El esquema ha cambiado, y como pasa siempre en la sociedad, si no cambias con ella te quedas atrás. Porque ahora se espera con anhelo el siguiente episodio de unas historias con tramas y personajes más reales que nunca y en los que nos vemos reflejados, porque aquello de lo que hablan es aquello sobre lo que todos reflexionamos. Porque hablan de nosotros mismos.
“(Las series) son inteligentes, para fans inteligentes de una cultura popular inteligente. La televisión no es para peleles"
William Irwin, profesor de Filosofía en el King's Collage de Pensilvania.
"No sabemos qué hacer con nosotros mismos y necesitamos consumir productos que nos den la ilusión de que queda algo para mañana".
Iván de los Ríos, profesor de filosofía contemporánea en la Universidad Autónoma de Madrid.
Me gusta esta agridulce aseveración.
En la infancia, se te abren la boca y los ojos, maravillado, la primera vez que lees un cuento o un cómic, que con el tiempo te llevará a conocer la literatura; o cuando tus padres te llevan al cine por primera vez, e historias más grandes que la vida misma irrumpen en tu mente infantil dejando una huella indeleble; o cuando ves una serie de aventuras espaciales en la televisión, sentado en el suelo del salón un veraniego domingo por la mañana, con tu escaso metro de estatura y tus pantaloncitos cortos, y sientes que aquella maravilla está tan cerca que podrías entrar en ella con sólo alargar la mano. En cada generación son diferentes, pero esos estímulos intelectuales y emocionales siempre se dan, y llegan a tu mente cuando aún eres un crío, pero no desaparecen. Se quedan para siempre y configurarán tu personalidad.
Es una constante humana: nos emocionamos con la ficción, con personajes y acontecimientos que no son reales, pero lo hacemos porque las emociones que despiertan en nosotros sí lo son. Y yo no las cambiaría por nada.
Lejos de hacerlo, encima muchos nos metemos a escribir ficciones propias y acabamos convirtiendo esta locura en nuestro modo de vida.
Para ver más y mejor, los artículos en Babelia:
o un interesante artículo sobre The Wire que leí el año pasado en El País:
En nuestro país, si ves series o quieres hacerlo, es recomendable que visites regularmente los blogs: