Antonio María Rouco Varela, cardenal y arzobispo de Madrid, animando a los peregrinos a convertir a cuantos puedan al catolicismo en la inauguración de las JMJ.
Antes que nada, recordar los datos españoles sobre catolicismo: de los 46 millones de españoles, el 71% se consideran católicos, pero sólo el 13% es realmente practicante (unos 6 millones), y el 90% de los creyentes tiene más de 60 años (un dato similar al de otros países desarrollados).
Al respecto de todo este revuelo de la visita del Papa Ratzinger a España y sus miles de fans adolescentes, he escuchado últimamente algunas opiniones de la gente, personas normales y de todo tipo, de amigos o familiares, en el dentista o en la cola del mercado, en las mismas calles al ver pasar a los peregrinos, en internet. De estas personas, unos pocos, muy pocos, serán creyentes acérrimos y convencidos, de rosario, misa y señor-llévame-pronto. Otros pocos, muchos menos aún, serán verdaderos ateos, con sólidas y razonadas convicciones morales, de los que conocen mucho y no creen nada.
Pero entre todas las demás personas, esa gran mayoría de la población que, o bien en el fondo creen pero lo hacen en modo “light”, o bien los que no creen pero más por azar que por convicción, circulaba una opinión generalizada que me ha llamado la atención, una que se repetía mucho, de manera casi literal, con las mismas palabras, como si fuese una opinión “copiada y pegada”:
“Pues a mí no me molesta la visita del papa".
Ni les parece perfecto, ni les parece injusto.
No les molesta.
¿No les “molesta”? ¿Entonces resulta que todo esto de que la JMJ se pague en parte con dinero público recortado de Sanidad o Educación no era tema suficiente por el que sentirse ultrajado, sino que en realidad todo se reduce a una cuestión de mera molestia personal? Ah.
-Disculpa, extraño en un bar, pero ¿te molestaría pagar la siguiente ronda?
-Disculpa, extraño en un bar, pero ¿te molestaría pagar la siguiente ronda?
-Hombre, no es tanto una molestia, como una injusticia.
Esta manera irresponsable y superficial de juzgar las cosas, de tener una “opinión” sin reflexión ni fundamento, es la que lleva a las sociedades a permitir las injusticias. En este caso, la pompa y circo de las vacaciones pagadas del Papa y sus fieles en medio de la crisis.
¿Y por qué es esto así? Algunas de estas personas que no se acaban de posicionar, que rehuyen el debate social, son personas, llamémoslas “indecisas”, y que dicen, o bien no ser practicantes por no comulgar con la religión organizada, o bien directamente no ser católicos, pero que en cualquier caso parecen conservar aún en el fondo, sin ser conscientes de ello, una moderada "simpatía" irracional e injustificada hacia la Iglesia, que les hace más permisivos ante sus tropelías, sus declaraciones inmorales, o sus actos ilegales. Personas que digo “conservan” esa simpatía, porque es algo que llevan en su interior desde hace mucho tiempo, latente, proveniente de aquella "evangelización", aquel adoctrinamiento religioso que nos inculcaron en la infancia, o que simplemente percibimos del “ambiente” cultural que impregnaba nuestras vidas, en la familia, el colegio, la televisión. Un importante poso que lleva a estas personas, sin darse cuenta, a justificar o incluso defender posturas religiosas que dicen no compartir o practicar. Un poso del que es prácticamente imposible librarse.
Y así de fácil, sin reflexionar, estas personas parecen poseer una imagen inconsciente, infantil y simplista de la religión, compuesta por monjitas haciendo pastelitos, curas ayudando a niños hambrientos, y en definitiva, la imagen de millones de almas inmortales siendo salvadas del pecado del libre pensamiento.
Estas ideas preconcebidas influencian las opiniones de estas personas con respecto a la manera injusta en que la Iglesia trata temas tales como el SIDA y los preservativos, el sexo, la homosexualidad, o los temas relacionados con su Iglesia como la pederastia eclesiástica, el robo de recién nacidos en la era franquista, su permisividad histórica con los regímenes dictatoriales y fascistas, el derroche económico del Vaticano, el favoritismo de los gobiernos, etc.
Estas ideas preconcebidas influencian las opiniones de estas personas con respecto a la manera injusta en que la Iglesia trata temas tales como el SIDA y los preservativos, el sexo, la homosexualidad, o los temas relacionados con su Iglesia como la pederastia eclesiástica, el robo de recién nacidos en la era franquista, su permisividad histórica con los regímenes dictatoriales y fascistas, el derroche económico del Vaticano, el favoritismo de los gobiernos, etc.
Por ejemplo, para estas personas, si un hombre corriente abusa de un niño, es un pederasta asqueroso y enfermo, un monstruo que merece pudrirse en la cárcel. Pero si un cura (miles de ellos, en realidad) abusa de un niño (decenas de miles, repetidas veces durante décadas), entonces se es magnánimo con él, porque es un hombre de Dios, bueno y compasivo, y habrá tenido un desliz debido a tal o cual razón y como ser humano que comete errores merece otra oportunidad.
Y así con todos los temas. Justicia en estado puro.
Ante el derroche de dinero público desviado para estos eventos privados exclusivamente católicos de la JMJ, las cesiones de material público y personal sin coste alguno, las deducciones desorbitadas, lo justo sería haber invertido nuestro dinero donde iba a haber ido en un principio: a obra social.
Eso sería justicia.
Eso sería justicia.
En cambio, estamos pagando por activa y por pasiva esta feria del adoctrinamiento y lavado de cerebro de miles de nuevos niños indefensos, listos para ser moldeados a placer por una religión. Y vuelta a empezar.
Por eso es una injusticia la JMJ.
Pero serían estos indecisos quienes marcarían la diferencia, porque si empezasen a reflexionar sobre el mundo que les rodea cambiarían las tornas en este país.
Por desgracia están atrapados en su irreflexión, aún no entienden que la justicia debe estar por encima de creencias o querencias adquiridas, que deben “desaprender” para ver las cosas tal como son, y que un sentido de la justicia coherente proviene únicamente de una profunda y honesta introspección personal, introspección que esta gente nunca han hecho. No pueden. Porque para ellos, igual que para los creyentes, el sentido moral les viene dado por otros, y nunca reflexionan, salvo para justificar las ideas que la Iglesia les inculcó en su juventud, igual que un niño maltratado justifica los abusos de su padre culpándose a sí mismo.
Y como ese supuesto niño, los creyentes e indecisos son víctimas indefensas que no saben que lo son. Y por eso es tan grande esta desgracia milenaria que no parece acabar nunca.
Por eso a mí me “molesta” la JMJ.